Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, II



Comentario

De lo que el marqués del Valle hizo desde que estaba en Castilla


Como su majestad volvió a Castilla de hacer el castigo de Gante, e hizo la gran armada para ir sobre Argel, le fue a servir en ella el marqués del Valle, y llevó en su compañía a su hijo el mayorazgo; también llevó a don Martín Cortés, el que hubo en doña Marina, y llevó muchos escuderos y criados y caballos, y gran copia y servicio, y se embarcó en una buena galera, en compañía de don Enrique Enríquez; y como Dios fue servido hubiese tan recia tormenta, se perdió casi que toda la real armada; también dio al través la galera en que iba Cortés, y escapó él y sus hijos y todos los más caballeros que en ella iban, con gran riesgo de sus personas; y en aquel instante, como no hay tanto acuerdo como debía haber, especialmente viendo la muerte al ojo, dijeron muchos de los criados de Cortés que le vieron que se ató en unos paños revueltos al brazo, y en el paño ciertas joyas de piedras muy riquísimas que llevaba como gran señor, como se suele decir, "para no menester", y con la revuelta del salir en salvo de la galera, y con la mucha multitud de gente que había se le perdieron todas las joyas y piedras que llevaba, que, a lo que decían, valían muchos pesos de oro. Y volveré a decir de la gran tormenta y pérdida de caballeros y soldados que se perdieron. Aconsejaron a su majestad los capitanes y maestros de campo que eran del real consejo de guerra, que luego alzase el cerco y real de sobre Argel, y se fuese por Bujía, pues que veían que nuestro señor Dios fue servido darles aquel tiempo contrario, y no se podía hacer más de lo hecho. En el cual acuerdo y consejo no llamaron a Cortés para que diese su parecer; y de que lo supo, dijo que si su majestad era servido, que él entendía, con el ayuda de Dios y con la buena ventura de nuestro césar, que con los soldados que estaban en el campo, de tomar a Argel; y también dijo a vueltas destas palabras muchos loores de sus capitanes y compañeros que nos hallamos con él en la conquista de México, diciendo que fuimos para sufrir hambres y trabajos, y que do quiera que les llamase hacía con ellos heroicos hechos, y que heridos y entrapajados no dejaban de pelear y tomar cualquier ciudad y fortaleza, aunque sobre ello aventurasen a perder las vidas; y como muchos caballeros le oyeron aquellas palabras, dijeron a su majestad que fuera bien haberle llamado a consejo de guerra, y que se tuvo a descuido no haberle llamado; otros caballeros dijeron que si no fue llamado fue porque sentían en el marqués que sería de contrario parecer, y aquel tiempo de tanta tormenta no daba lugar a muchos consejeros, salvo que su majestad y los más caballeros de la real armada se pusiesen en salvo, porque estaban en muy gran peligro, y que el tiempo andando, con el ayuda de Dios volverían a poner cerco a Argel; y así, se fueron por Bujía. Dejemos esta materia, y diré cómo volvieron a Castilla de aquella trabajosa jornada. Y como el marqués estaba muy cansado, así de estar en Castilla en la corte y haber venido por Bujía, e ya era viejo, quebrantado del camino ya por mí dicho, deseaba en gran manera volver a la Nueva-España si le dieran licencia; y como había enviado a México por su hija la mayor, que se decía doña María Cortés, que tenía concertado de la casar con don álvaro Pérez Osorio, hijo del marqués de Astorga y heredero del marquesado, y le había prometido sobre cien mil ducados de oro en casamiento, y otras muchas cosas de vestidos y joyas, y vino a recibirla a Sevilla; y este casamiento se desconcertó, según dijeron muchos caballeros, por culpa de don álvaro Pérez Osorio; de que el marqués recibió tanto enojo, que de calenturas y cámaras que tuvo recias estuvo al cabo; y andando con su dolencia, que siempre empeoraba, acordó salir de Sevilla por quitarse de muchas personas que le importunaban en negocios, y se fue a Castilleja de la Cuesta para allí entender en su alma y ordenar su testamento; y cuando lo hubo ordenado como convenía, y haber recibido los santos sacramentos, fue nuestro señor Jesucristo servido de llevarle deste trabajoso mundo, y murió en 2 días del mes de diciembre de 1547 años, y llevóse su cuerpo a enterrar con grande pompa y muchos lutos y clerecía, y grande sentimiento de muchos caballeros, y fue enterrado en la capilla de los duques de Medina-Sidonia; y después fueron traídos sus huesos a la Nueva-España, y están en un sepulcro en Cuyoacan o en Tezcuco; esto no lo sé bien; porque así lo mandó en su testamento. Quiero decir la edad que tenía, a lo que a mí se me acuerda; lo declararé por esta cuenta que diré: en el año que pasamos con Cortés desde Cuba a la Nueva-España fue el de 1519 años, y entonces solía decir, estando en conversación de todos nosotros los compañeros que con él pasamos, que había treinta y cuatro años, y veinte y ocho que habían pasado hasta que murió, que son sesenta y dos años. Las hijas e hijos que dejó legítimos fue don Martín Cortés, marqués que ahora es, y doña María Cortés, la que he dicho que estaba concertada en el casamiento con don álvaro Pérez Osorio, heredero del marquesado de Astorga; que después casó esta doña María con el conde de Luna, de León; y a doña Juana, que casó con don Hernando Enríquez, que ha de heredar el marquesado de Tarifa, y a doña Catalina de Arellano, que murió en Sevilla; y más digo, que las llevó la señora marquesa doña Juana de Zúñiga, su madre, a Castilla cuando vino por ellas un fraile de santo Domingo que se dice fray Antonio de Zúñiga, el cual fraile era hermano de la misma marquesa; y también se casó otra señora doncella que estaba en México, que se decía doña Leonor Cortés, con un Juanes de Tolosa, vizcaíno, persona rica, que tenía sobre cien mil pesos y unas buenas minas de plata; del cual casamiento tuvo mucho enojo el marqués "el mozo", que vino a la Nueva-España; y también tuvo dos hijos varones bastardos, que se decían don Martín Cortés, que fue comendador de Santiago; este caballero hubo en doña Marina "la lengua"; e a don Luis Cortés, que también fue comendador de Santiago, que hubo en otra señora que se decía doña fulana de Hermosilla; y hubo otras tres hijas bastardas: la una hubo en una indiana de Cuba que se decía doña fulana Pizarro, y la otra en otra india mexicana, y la otra que nació contrahecha, que hubo en otra mexicana y sé yo que estas señoras doncellas tenían buena dote: porque desde niñas les dio buenos indios, que fueron unos pueblos que se dicen Chinanta. Y en el testamento y mandas que hizo, yo no lo sé bien, mas tengo en mí que, como sabio, lo haría bien, y tuvo mucho tiempo para ello, y como era viejo, que lo haría con mucha cordura y mandaría descargar su conciencia. Y mandó que hiciesen un hospital en México, y también mandó que en una su villa que se dice Cuyoacan, que está obra de dos leguas de México, que se hiciese un monasterio de monjas, y que le trajesen sus huesos a la Nueva-España; y dejó buenas rentas para cumplir su testamento, y las mandas fueron muchas y buenas y de muy buen cristiano; y por excusar prolijidad no lo declaro, e también por no me acordar de todas, aquí no las relato. La letra y blasón que traía en sus armas e reposteros fueron de muy esforzado varón y conforme a sus heroicos hechos, y estaban en latín, y como yo no sé latín, no lo declaro; y traía en ellos siete cabezas de reyes presos en una cadena, e a lo que a mí me parece, según vi y entiendo, fueron los reyes que ahora diré: Montezuma, gran señor de México, e Cacamatzin, su sobrino de Montezuma, que también fue gran señor de Tezcuco, e a Coadlabaca, que asimismo era señor de Iztapalapa y de otros pueblos, y al señor de Tacuba e al señor de Cuyoacan, e a otro gran cacique de dos provincias que se decían Tulapa, junto a Matalcingo. Este que dicho tengo, decían que era hijo de una su hermana de Montezuma, y muy propincuo heredero de México; y el postrer rey que Guatemuz, el que nos dio guerra e defendía la ciudad cuando la ganamos a ella y a sus provincias, y estos siete grandes caciques son los que el marqués traía en sus reposteros y blasones por armas, porque de otros reyes yo no me acuerdo que se hubiesen preso que fuesen reyes, como dicho tengo en el capítulo que dello habla; pasaré adelante, y diré su proporción y condición de Cortés. Fue de buena estatura y cuerpo y bien proporcionado y membrudo, y la color de la cara tiraba algo a cenicienta, e no muy alegre; y si tuviera el rostro más largo, mejor le pareciera; y los ojos en el mirar amorosos, y por otra parte graves; las barbas tenía algo prietas y pocas y ralas, y el cabello que en aquel tiempo se usaba era de la misma manera que las barbas y tenía el pecho alto y la espalda de buena manera, y era cenceño y de poca barriga y algo estevado, y las piernas y muslos bien sacados, y era buen jinete y diestro de todas armas, así a pie como a caballo, y sabía muy bien menearlas; y sobre todo, corazón y ánimo, que es lo que hace al caso. Oí decir que cuando mancebo, en la isla Española fue algo travieso sobre mujeres, e que se acuchillaba algunas veces con hombres esforzados y diestros, y siempre salió con victoria; y tenía una señal de cuchillada cerca de un bezo de abajo, que si miraban bien en ello, se le parecía, mas cubríanselo las barbas, la cual señal le dieron cuando andaba en aquellas cuestiones. En todo lo que mostraba, así en su presencia y meneos como en pláticas y conversación, y en comer y en el vestir, en todo daba señales de gran señor. Los vestidos que se ponía eran según el tiempo y usanza, y no se le daba nada de no traer muchas sedas ni damascos ni rasos, sino llanamente y muy pulido; ni tampoco traía cadenas grandes de oro, salvo una cadenita de oro de prima hechura, con un joyel con la imagen de nuestra señora la virgen santa María, con su hijo precioso en los brazos, y con un letrero en latín en lo que era de nuestra señora, y de la otra parte del joyel el señor san Juan Bautista, con otro letrero; y también traía en el dedo un anillo muy rico con un diamante, y en la gorra, que entonces se usaba de terciopelo, traía una medalla, y no me acuerdo el rostro que en la medalla traía figurado ni la letra dél; mas después, el tiempo andando, siempre traía gorra de paño sin medalla. Servíase ricamente, como gran señor, con dos maestresalas y mayordomos y muchos pajes, y todo el servicio de su casa muy cumplido, e grandes vajillas de plata y de oro. Comía a mediodía bien, y bebía una buena taza de vino aguado, que cabría un cuartillo, y también cenaba, y no era nada regalado ni se le daba nada por comer manjares delicados ni costosos, salvo cuando veía que había necesidad que se gastase o los hubiese menester. Era muy afable con todos nuestros capitanes y compañeros, especial con los que pasamos con él de la isla de Cuba la primera vez; y era latino, y oí decir que era bachiller en leyes, y cuando hablaba con letrados y hombres latinos, respondía a lo que le decían en latín. Era algo poeta, hacía coplas en metros y en prosa; y en lo que platicaba lo hacía muy apacible y con muy buena retórica, y rezaba por las mañanas en unas horas, e oía misa con devoción; tenía por su muy abogada a la virgen María nuestra señora, la cual todo fiel cristino la debemos tener por nuestra intercesora y abogada; y también tenía a señor san Pedro, Santiago, y al señor san Juan Bautista, y era limosnero. Cuando juraba decía: "En mi conciencia"; y cuando se enojaba con algún soldado de los nuestros sus amigos le decía: "¡Oh, mal pese a vos!" Y cuando estaba muy enojado se le hinchaba una vena de la garganta y otra de la frente, y aunque algunas veces, de muy enojado, arrojaba un lamento y no decía palabra fea ni injuriosa a ningún capitán ni soldado; y era muy sufrido, porque soldados hubo muy desconsiderados que decían palabras muy descomedidas, y no les respondía cosa muy sobrada ni mala; y aunque había materia para ello, lo más que les decía era: "Callad, o iros con Dios, y de aquí adelante tened más miramiento en lo que dijéreis, porque os costará caro por ello, e os haré castigar." Era muy porfiado, en especial en cosas de la guerra, que, por más consejo y palabras que le decíamos sobre cosas desconsideradas de combates que nos mandaba dar cuando rodeamos los pueblos grandes de la laguna; y en los peñoles que ahora llaman "del marqués", le dijimos que no subiésemos arriba en unas fuerzas y peñoles, sino que les tuviésemos cercados, por causa de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza venían derriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del golpe e ímpetu con que venían, y era aventurarnos todos a morir, porque no bastaría esfuerzo ni consejo ni cordura; y todavía porfió contra todos nosotros, y hubimos de comenzar a subir, y corrimos harto peligro, y murieron diez o doce soldados, y todos los más salimos descalabrados y heridos, sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo. Y demás desto, en el camino que fuimos a las Higüeras, a lo de Cristóbal de Olí cuando se alzó con la armada, yo le dije muchas veces que fuésemos por las sierras, y porfió que mejor era por la costa; y tampoco acertó, porque si fuéramos por donde yo decía, era toda la tierra poblada. Y para que bien lo entienda quien no lo ha andado, es de Guazacualco, camino derecho de Chiapa, y de Chiapa a Guatemala, y de Guatemala a Naco, que es adonde en aquella sazón estaba el Cristóbal de Olí. Dejemos esta plática, y diré que cuando luego veníamos con nuestra armada a la Villa-Rica y comenzamos a hacer las fortalezas, el primero que cavó y sacó tierra en los cimientos fue Cortés, y siempre en las batallas le vi que entraba en ellas juntamente con nosotros. Comenzaré a decir en las batallas de Tabasco, que él fue por capitán de los de a caballo y peleó muy bien. Vamos a la Villa-Rica, ya he dicho acerca de lo de la fortaleza. Pues en dar, como dimos, con trece navíos al través por consejo de nuestros valerosos capitanes y fuertes soldados, y no como lo dice Gómara. Pues en las guerras de Tlascala, en tres batallas se mostró muy esforzado capitán. Y en la entrada de México con cuatrocientos soldados, cosa es de pensar en ello y más tener atrevimiento de prender al gran Montezuma dentro de sus palacios, teniendo tan grandes números de guerreros, y también digo que lo prendimos por consejo de nuestros capitanes y de todos los más soldados. Y otra cosa, que no es de olvidar de la memoria, el quemar delante de sus palacios a capitanes del Montezuma porque fueron en la muerte de un nuestro capitán que se decía Juan de Escalante, y de otros siete soldados; de los cuales capitanes indios no me acuerdo sus nombres; poco va en ello, que no hace a nuestro caso. Y también qué atrevimiento y osadía fue que con dádivas y joyas de oro, y por buenas manas y ardides de guerra ir contra Pánfilo de Narváez, capitán de Diego Velázquez, que traía sobre mil y trescientos soldados, contados en ellos hombres de la mar, y traía noventa de a caballo y otros tantos ballesteros, y ochenta espingarderos, que así se llamaban; y nosotros con doscientos y sesenta y seis compañeros, sin caballos ni escopetas ni ballestas, sino solamente nuestras picas y espadas y puñales y rodelas, los desbaratamos, y prendimos a Narváez. Pasemos adelante, y quiero decir que cuando entramos otra vez en México al socorro de Pedro de Alvarado, y antes que saliésemos huyendo, cuando subimos en el alto cu de Huichilobos, vi que se mostró muy varón, puesto que no nos aprovecharon nada sus valentías ni las nuestras. Pues en la derrota y muy nombrada guerra de Otumba, cuando nos estaban esperando toda la flor y valientes guerreros mexicanos y todos sus sujetos para nos matar allí. También se mostró muy esforzado cuando dio un encuentro al capitán y alférez de Guatemuz, que le hizo abatir sus banderas y perder el gran brío de su valeroso pelear de todos sus escuadrones, con tanto esfuerzo como peleaban, y después de Dios, nuestros esforzados capitanes que le ayudaban, que fue Pedro de Alvarado e Gonzalo de Sandoval, y Cristóbal de Olí y Diego de Ordás, e Gonzalo Domínguez y un Lares e Andrés de Tapia, y otros esforzados soldados que aquí no nombro, de los que no teníamos caballos y de los que Narváez, también ayudaron muy bien; y quien luego mató al capitán del estandarte fue un Juan de Salamanca, natural de Ontiveros, y le quitó un rico penacho, y se le dio a Cortés. Pasemos adelante, y diré que también se halló Cortés juntamente con nosotros en una batalla bien peligrosa en lo de Iztapalapa, y lo hizo como buen capitán. Y en lo de Suchimilco, cuando le derribaron los escuadrones mexicanos del caballo, y le ayudaron ciertos tlascaltecas nuestros amigos, y sobre todos un nuestro esforzado soldado que se decía Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja (tengan atención a esto que diré), que uno era Cristóbal de Olí, que fue maese de campo, y otro es Cristóbal de Olea; y esto declaro aquí porque no arguyan sobre ello y no digan que voy errado. También se mostró Cortés muy como esforzado cuando sobre México estábamos, y en una calzadilla le desbarataron los mexicanos, y le llevaron a sacrificar sesenta y dos soldados, y a Cortés le tenían engarrafado para le llevar a sacrificar, y le hablan herido en una pierna, y quiso Dios que por su buen esfuerzo y pelear, y porque lo socorrió el mismo Cristóbal de Olea, que fue el que la otra vez en Suchimilco le libró de los mexicanos y le ayudó a cabalgar, y salvó a Cortés la vida, y el esforzado Olea quedó allí muerto con los demás que dicho tengo; y ahora que lo estoy escribiendo se me representa la manera y proporción de la persona del Cristóbal de Olea y de su gran esfuerzo, y aun se me pone tristeza por ser de mi tierra y deudo de mis deudos. No quiero decir otras muchas proezas y valentías que hizo nuestro marqués del Valle, porque son tantas y de tal manera, que no acabaré tan presto de las relatar, y volveré a decir de su condición, que era muy aficionado a juegos de naipes e dados, y cuando jugaba era muy afable en el juego, y decía ciertos remoquetes que suelen decir los que juegan a los dados y era en demasía dado a mujeres, y celoso en guardar las suyas. Era muy cuidadoso en todas las conquistas que hicimos, y muchas noches rondaba y andaba requiriendo las velas, y entraba en los ranchos y aposentos de nuestros soldados, y al que hallaba sin armas o estaba descalzo los alpargates le reprendía y le decía que "a la oveja ruin le pesa la lana", y le reprendía con palabras agrias. Cuando fuimos a las Higüeras vi que había tomado una maña o condición que no solía tener en las guerras pasadas, que cuando comía, si no dormía un sueño, se le revolvía el estómago y revesaba y estaba malo, y por excusar este mal cuando íbamos camino, le ponían debajo de un árbol u otra sombra, una alfombra que llevaban a mano para aquel efecto, o una capa, y aunque más sol hiciese o lloviese, no dejaba de dormir un poco, y luego caminar. Y también vi que cuando estábamos en las guerras de la Nueva-España era cenceño y de poca barriga, y después que volvimos de las Higüeras engordó mucho y de gran barriga. Y también vi que se paraba la barba prieta, siendo de antes que blanqueaba. También quiero decir que solía se muy franco cuando estaba en la Nueva-España y la primera vez que fue a Castilla, y cuando volvió la segunda vez, en el año de 1540, le tenían por escaso, y le puso pleito un su criado que se decía Ulloa, hermano de otro que mataron, que no le pagaba su servicio. Y también, si bien se quiere considerar y miramos en ello, después que ganamos la Nueva-España siempre tuvo trabajos, y gastó muchos pesos de oro en las armadas que hizo; en la California ni ida de las Higüeras tuvo ventura ni tampoco me parece la tiene ahora su hijo don Martín Cortés, siendo señor de tanta renta, haberle venido el gran desmán que dicen de su persona y de sus hermanos. ¡Nuestro señor Jesucristo lo remedie y al marqués don Hernando Cortés le perdone Dios sus pecados! Bien creo que se me habrán olvidado otras cosas que escribir sobre las condiciones de su valerosa persona: lo que se me acuerda y vi, eso escribo. De la otra señora, doncella, su hija, no sé si la metieron monja o la casaron. Oí decir que en Valladolid se casó un caballero con ella: no lo sé bien. E la otra su hija que estaba contrahecha de un lado, oí decir que la metieron monja en Sevilla o en San Lúcar. No sé sus nombres, y por esto no los nombro, ni tampoco diré qué se hicieron tantos mil pesos de oro que tenían para sus casamientos: muchas pláticas y sospechas se tuvo desde su casamiento por esta causa, pues yo no los sé, ni tocaré en esta tecla: ayúdelo Dios, amén. Supe que el fraile hermano de la marquesa era muy codicioso y tenía mala cara y peores ojos usturnios.